Edad indefinida, posiblemente más cerca de los 50 que de los 40, un vestir propio de 30 años atrás, el bolso pegado, colgando como una prolongación natural de un brazo inerte, una mueca parecida a una sonrisa en un semblante pálido que decía poco, las gafas grandes, de pasta, que ocultaban unos ojillos marrones. El “buenos días” salió de algún rinconcito profundo a través de una boca que no se abría, que no se movía. Hola buenos días, respondí, ¿Qué desea?. Hola, ¿esto es un Centro de Yoga?, busco un yogui de verdad.
Para no resultar descortés me guardé la respuesta que quería salir de mi boca que era otra pregunta ¿y como es un yogui de verdad?.
- Sí, es una Escuela de Yoga, y si buscas un yogui de verdad ya lo has encontrado
- ¿Quién?, lo dijo poniéndose de puntillas como queriendo mirar por detrás de mí, al parecer no debía ser yo.
- Haciendo gala de un autocontrol que últimamente me tiene un poco sorprendido le pedí que me acompañara hasta una sala en la que hay un espejo de cuerpo entero y le dije que mirara allí. Pensó que le estaba tomando el pelo, vamos, que tenía el día guasón.
- Perdona, yo busco un yogui que me ayude a encontrar la Paz y el equilibrio.
- Pues está ahí.
- ¿Dónde?
- Delante de ti
- Ahí solo estoy yo
- Pues ahí es donde vas a encontrar el yogui de verdad, si no está ahí...